No estás sola.

No estás sola.

No estás sola.

Por Catalina Paz


Las últimas semanas hemos visto como la justicia chilena -una vez más- nos ha fallado. Le falló a Antonia y a miles de mujeres más, que vieron vulnerados sus derechos y que vieron como este sistema simplemente no responde. No nos considera y una y otra vez nos vulnera. 

Esta semana leí en redes sociales que el caso de Antonia Barra nos abrió la herida a muchas, y puta que es cierto. Todas tenemos una historia de abuso, muchas no lo han contado pero no porque no se hable deja de ser cierto. 

Nunca voy a olvidar la primera vez que sentí que mi cuerpo no era mío, tenía 7 u 8 años y estaba acompañando a mi mamá a la feria, a mi cuando chica me encantaba bailar y siempre lo hacía en todas partes, mi mamá me retó y me dijo que no podía bailar en la feria porque hay hombres que me podían mirar con otros ojos. 7 u 8 años tenía, y la culpa no era de mi mamá, ella solo quería protegerme porque quizás ella tenía una historia similar. Esa llamada de alerta me abrió los ojos, entendí que el mundo no era un lugar seguro para nosotras. Mi mamá me lo advirtió y puta que tenía razón. Tantas veces que tuvo razón.

La segunda vez que sentí ese miedo hacia el mundo fue cuando iba en quinto básico, en mi colegio nos dejaban ir con calzas -las ahora llamadas bikers- y a mi me encantaban porque eran mucho más cómodas que andar con buzo en el verano. De camino a mi casa, en el auto de mi mamá me di cuenta que desde la micro de al lado alguien me miraba mucho las piernas, era un viejo de mierda de unos 50 o 60 años que me hacía gestos que ahora entiendo eran sexuales. Yo tenía 11 años. 

Son incontables las veces que he sentido ese pinchazo en la guata porque un hombre me está mirando raro en la calle, o se sienta al lado mío en una micro vacía o un auto se pone a andar más lento al lado mío cuando voy en bici. He tenido tanto miedo que ya no ando en micro ni en metro, y cuando podía andar en bici -pre cuarentena- prefería hacerlo de día. Son tantas hueas que he dejado de hacer por miedo a que me pase algo. 

Cuando iba en IV° medio me gustaba harto carretear, me gustaba tomar y tomaba caleta. Con mis amigas tomábamos los viernes en la tarde en un parque que había cerca de mi colegio y siempre lo pasábamos bacán. Nos cuidábamos entre nosotras y no tengo recuerdos malos de esos momentos. 

Siempre con mis amigas me sentía segura, casi dueña del mundo, con esa sensación de inmortal que solo los 18 años te pueden entregar. Ahora no me siento así, ahora si tengo miedo. Porque viví el miedo en primera persona. 

En uno de esos carretes de IV° medio, específicamente el cumpleaños de un compañero de curso, me junté con dos amigos, nos curamos y fuimos a otro carrete en Peñalolén. Este carrete era de uno de los compañeros de curso de uno de mis amigos, eran casi todos cabros del Pumahue. Casi todos zorrones, cuicos, detestables ahora que miro para atrás. 

De ese carrete me acuerdo de pocas cosas, me acuerdo que me sentí mal y fui al baño a vomitar. Me acuerdo de haber ido sola y no pedirle ayuda a nadie. También me acuerdo que se fue a meter alguien conmigo al baño, que me intentó tocar -estoy casi segura que me tocó una pechuga al menos- y también intentó darme besos. Yo me negué a todo. El decir NO no fue suficiente, el hueon siguió insistiendo y gracias al universo que tuve la fuerza suficiente para empujarlo fuera del baño y cerrar la puerta. Yo tuve suerte, pero Antonia Barra no. A ella la violaron, como me podrían haber violado a mi. 

Por años ese recuerdo iba y venía a mi cabeza, pasé años tratando de entender como mierda me pasó eso y que mierda hice mal. Recién el año pasado entendí que la culpa no era mía, ni donde estaba ni como vestía. Ni lo que había tomado ni en las condiciones que me encontraba. LA CULPA SIEMPRE ES DEL ABUSADOR, SIEMPRE ES DEL VIOLADOR. Gracias al feminismo pude entender, pude hablar y pude sanar. Lo hablé con mi marido, lo hablé con mis amigas y el año pasado en una reunión de curso lo hablé con mis compañeros. Para mi sorpresa, la historia no terminaba ahí. 

Dos semanas después de que conté mis historia de abuso a mis compañeros de curso, que eran mis amigos de toda la media y todos hombres, supe que había más de esa historia que yo desconocía.

En otro contexto de carrete, se acerca uno de mis amigos de ese tiempo para decirme que tenía algo que contarme, el estando curado, yo había tomado un poco pero el estaba excesivamente más ebrio. Le pregunto que que onda y el le empieza a pedir disculpas a mi marido que estaba a mi lado: "Disculpa Diego por lo que voy a decir", decía una y otra vez, hasta que me aburrió y le dije que cortará su hueá y me dijera al toque lo que tenía que decir. Entre balbuceos me confesó que el había sido parte de la situación de abuso que viví, que el y sus amigos habían 'convencido' a su compañero de curso de que yo le 'tenía ganas' y que esa era su oportunidad de meterse conmigo, estando ebria y abusando de mi, mientras ellos grababan la situación. Todo en un contexto de 'broma', siempre para ellos fue eso: 'una broma'. Una situación que a mi me pesó AÑOS, para ellos era simplemente una talla. Una anécdota que después de un tiempo incluso se les olvidó. 

Dentro de su discurso me encontré con ciertos detalles que me llamaron mucho la atención, el insistía en que lo que yo viví no era un abuso, si no una situación de acoso, tratando siempre de bajarle el perfil. Creo que nunca había estado tan dolida y tan enojada en mi vida. Un amigo, alguien en que yo confié me falló de una manera brutal y que me afectó muchísimo. Incluso hasta el día de hoy. Para el no fue lo mismo, para el siempre fue una talla, para sus amigos zorrones fui una anécdota chistosa que después de un tiempo ya olvidaron. 

Yo me alejé de esos círculos de gente de mierda, crecí y maduré y entendí que lo que viví no fue mi culpa, fue una sumatoria de malas personas que me rodeaban y que en su momento no supe distinguir. Mi amigo que debería haberme protegido, me expuso a una de las peores situaciones que he vivido, y se burló con sus amigos. Lo que para mi fue doloroso para ellos era chistoso. Nunca lo entendió, nunca entendieron nada.

Hoy puedo sanar, hoy puedo dejarlo atrás y rodearme de gente hermosa que amo y me aman y que nos protegemos mutuamente. Hoy toda esa gente rancia está fuera de mi vida, puedo hablarlo porque ya pasaron casi 10 años. En estos momentos complejos quiero escribir esto para poder cerrarlo definitivamente y también para darle mi testimonio a alguna mujer que le pueda servir. 

Si sufriste una situación de abuso, la culpa no es tuya. No estas sola y en el mundo aun existe gente hermosa por la que vale la pena vivir, amar y proteger. 

Mientras escribía este post supe que finalmente a Martín Pradenas le negaron el arresto domiciliario y tendrá que estar en la carcel mientras dure la investigación. Sentí un poco de paz y una luz de esperanza en este duro y largo camino que es vivir en Chile. Hoy puedo escribir, puedo sanar y puedo contar mi experiencia, esperando que a otra persona que quizás vivió lo mismo le sirva de algo, le de una luz de esperanza que finalmente algún día podamos vivir en un país más justo, donde no nos violen ni nos maten, donde no nos discriminen por ser mujeres, donde no nos cobren más por la salud y nos paguen menos por el mismo trabajo. Donde no se nos juzgue por querer o no ser madres, donde podamos tener la libertad de decidir sobre nuestros cuerpos, donde el aborto sea libre, gratuito y seguro. Un país más justo para nosotras, es todo lo que pedimos. 

Por Catalina Paz


Las últimas semanas hemos visto como la justicia chilena -una vez más- nos ha fallado. Le falló a Antonia y a miles de mujeres más, que vieron vulnerados sus derechos y que vieron como este sistema simplemente no responde. No nos considera y una y otra vez nos vulnera. 

Esta semana leí en redes sociales que el caso de Antonia Barra nos abrió la herida a muchas, y puta que es cierto. Todas tenemos una historia de abuso, muchas no lo han contado pero no porque no se hable deja de ser cierto. 

Nunca voy a olvidar la primera vez que sentí que mi cuerpo no era mío, tenía 7 u 8 años y estaba acompañando a mi mamá a la feria, a mi cuando chica me encantaba bailar y siempre lo hacía en todas partes, mi mamá me retó y me dijo que no podía bailar en la feria porque hay hombres que me podían mirar con otros ojos. 7 u 8 años tenía, y la culpa no era de mi mamá, ella solo quería protegerme porque quizás ella tenía una historia similar. Esa llamada de alerta me abrió los ojos, entendí que el mundo no era un lugar seguro para nosotras. Mi mamá me lo advirtió y puta que tenía razón. Tantas veces que tuvo razón.

La segunda vez que sentí ese miedo hacia el mundo fue cuando iba en quinto básico, en mi colegio nos dejaban ir con calzas -las ahora llamadas bikers- y a mi me encantaban porque eran mucho más cómodas que andar con buzo en el verano. De camino a mi casa, en el auto de mi mamá me di cuenta que desde la micro de al lado alguien me miraba mucho las piernas, era un viejo de mierda de unos 50 o 60 años que me hacía gestos que ahora entiendo eran sexuales. Yo tenía 11 años. 

Son incontables las veces que he sentido ese pinchazo en la guata porque un hombre me está mirando raro en la calle, o se sienta al lado mío en una micro vacía o un auto se pone a andar más lento al lado mío cuando voy en bici. He tenido tanto miedo que ya no ando en micro ni en metro, y cuando podía andar en bici -pre cuarentena- prefería hacerlo de día. Son tantas hueas que he dejado de hacer por miedo a que me pase algo. 

Cuando iba en IV° medio me gustaba harto carretear, me gustaba tomar y tomaba caleta. Con mis amigas tomábamos los viernes en la tarde en un parque que había cerca de mi colegio y siempre lo pasábamos bacán. Nos cuidábamos entre nosotras y no tengo recuerdos malos de esos momentos. 

Siempre con mis amigas me sentía segura, casi dueña del mundo, con esa sensación de inmortal que solo los 18 años te pueden entregar. Ahora no me siento así, ahora si tengo miedo. Porque viví el miedo en primera persona. 

En uno de esos carretes de IV° medio, específicamente el cumpleaños de un compañero de curso, me junté con dos amigos, nos curamos y fuimos a otro carrete en Peñalolén. Este carrete era de uno de los compañeros de curso de uno de mis amigos, eran casi todos cabros del Pumahue. Casi todos zorrones, cuicos, detestables ahora que miro para atrás. 

De ese carrete me acuerdo de pocas cosas, me acuerdo que me sentí mal y fui al baño a vomitar. Me acuerdo de haber ido sola y no pedirle ayuda a nadie. También me acuerdo que se fue a meter alguien conmigo al baño, que me intentó tocar -estoy casi segura que me tocó una pechuga al menos- y también intentó darme besos. Yo me negué a todo. El decir NO no fue suficiente, el hueon siguió insistiendo y gracias al universo que tuve la fuerza suficiente para empujarlo fuera del baño y cerrar la puerta. Yo tuve suerte, pero Antonia Barra no. A ella la violaron, como me podrían haber violado a mi. 

Por años ese recuerdo iba y venía a mi cabeza, pasé años tratando de entender como mierda me pasó eso y que mierda hice mal. Recién el año pasado entendí que la culpa no era mía, ni donde estaba ni como vestía. Ni lo que había tomado ni en las condiciones que me encontraba. LA CULPA SIEMPRE ES DEL ABUSADOR, SIEMPRE ES DEL VIOLADOR. Gracias al feminismo pude entender, pude hablar y pude sanar. Lo hablé con mi marido, lo hablé con mis amigas y el año pasado en una reunión de curso lo hablé con mis compañeros. Para mi sorpresa, la historia no terminaba ahí. 

Dos semanas después de que conté mis historia de abuso a mis compañeros de curso, que eran mis amigos de toda la media y todos hombres, supe que había más de esa historia que yo desconocía.

En otro contexto de carrete, se acerca uno de mis amigos de ese tiempo para decirme que tenía algo que contarme, el estando curado, yo había tomado un poco pero el estaba excesivamente más ebrio. Le pregunto que que onda y el le empieza a pedir disculpas a mi marido que estaba a mi lado: "Disculpa Diego por lo que voy a decir", decía una y otra vez, hasta que me aburrió y le dije que cortará su hueá y me dijera al toque lo que tenía que decir. Entre balbuceos me confesó que el había sido parte de la situación de abuso que viví, que el y sus amigos habían 'convencido' a su compañero de curso de que yo le 'tenía ganas' y que esa era su oportunidad de meterse conmigo, estando ebria y abusando de mi, mientras ellos grababan la situación. Todo en un contexto de 'broma', siempre para ellos fue eso: 'una broma'. Una situación que a mi me pesó AÑOS, para ellos era simplemente una talla. Una anécdota que después de un tiempo incluso se les olvidó. 

Dentro de su discurso me encontré con ciertos detalles que me llamaron mucho la atención, el insistía en que lo que yo viví no era un abuso, si no una situación de acoso, tratando siempre de bajarle el perfil. Creo que nunca había estado tan dolida y tan enojada en mi vida. Un amigo, alguien en que yo confié me falló de una manera brutal y que me afectó muchísimo. Incluso hasta el día de hoy. Para el no fue lo mismo, para el siempre fue una talla, para sus amigos zorrones fui una anécdota chistosa que después de un tiempo ya olvidaron. 

Yo me alejé de esos círculos de gente de mierda, crecí y maduré y entendí que lo que viví no fue mi culpa, fue una sumatoria de malas personas que me rodeaban y que en su momento no supe distinguir. Mi amigo que debería haberme protegido, me expuso a una de las peores situaciones que he vivido, y se burló con sus amigos. Lo que para mi fue doloroso para ellos era chistoso. Nunca lo entendió, nunca entendieron nada.

Hoy puedo sanar, hoy puedo dejarlo atrás y rodearme de gente hermosa que amo y me aman y que nos protegemos mutuamente. Hoy toda esa gente rancia está fuera de mi vida, puedo hablarlo porque ya pasaron casi 10 años. En estos momentos complejos quiero escribir esto para poder cerrarlo definitivamente y también para darle mi testimonio a alguna mujer que le pueda servir. 

Si sufriste una situación de abuso, la culpa no es tuya. No estas sola y en el mundo aun existe gente hermosa por la que vale la pena vivir, amar y proteger. 

Mientras escribía este post supe que finalmente a Martín Pradenas le negaron el arresto domiciliario y tendrá que estar en la carcel mientras dure la investigación. Sentí un poco de paz y una luz de esperanza en este duro y largo camino que es vivir en Chile. Hoy puedo escribir, puedo sanar y puedo contar mi experiencia, esperando que a otra persona que quizás vivió lo mismo le sirva de algo, le de una luz de esperanza que finalmente algún día podamos vivir en un país más justo, donde no nos violen ni nos maten, donde no nos discriminen por ser mujeres, donde no nos cobren más por la salud y nos paguen menos por el mismo trabajo. Donde no se nos juzgue por querer o no ser madres, donde podamos tener la libertad de decidir sobre nuestros cuerpos, donde el aborto sea libre, gratuito y seguro. Un país más justo para nosotras, es todo lo que pedimos. 


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